16 feb 2015

DE TAL PADRE, TAL HIJO


Títol original: Soshite chichi ni naru
Títol internacional: Like father, like son
Direcció i guió: Hirokazu Kore-eda
País: Japó, 2013
Fotografia: Mikiya Takimoto
Música: Bach i Beethoven. Mereix un lloc especial un sol de piano del prestigios Takashi Mori i les Variaciones Goldberg de Bach interpretadas por Glenn Gould.
Muntatge: Hirokazu Kore-eda
Interpretació: Masaharu Fukuyama, Machiko Ono, Yoko Maki, Lily Franky, Keita Ninomiya, Shogen Hwang, Jun Fubuki, Jun Kunimura.
Durada: 120 minuts
Versió: doblada al castellà
Qualificació: no racomanada a menors de 7 anys (no acompanyats)
           
Premis 2013:
Premi del Jurat, Festival de Cannes; Premi del Públic, Festival de San Sebastián

Filmografia (selecció):
2013: De tal padre tal hijo
2011: Milagro
2008: Still Walking (Caminando)
2006: Nadie sabe

Sinopsi:
Ryota, un arquitecte obsessionat per l'èxit professional, s'ha guanyat tot el que té treballant de valent, viu feliçment amb la seva dona i el seu fill de sis anys i està convençut que res pot espatllar la seva perfecta vida. Però un dia reben una trucada inesperada de l'hospital. Keita, el seu
fill de sis anys, no és el seu fill, l'hospital va cometre un terrible error i els va lliurar el nen equivocat. Després de conèixer a la família que ha criat amb amor al seu veritable fill durant sis anys, Ryota comença a preguntar-se si realment ha estat un pare.


Per La butaca azul
De tal padre, tal hijo presenta a una familia modelo en el seno y la tranquilidad de sus labores cotidianas. Apenas unos minutos de la rutina alrededor de una cena bastan para conocer y entender a sus tres personajes. La siguiente escena, en una sala del hospital donde nació el niño, plantea ya la premisa que vertebra la película: un análisis de sangre revela que aquel hijo no tiene relación genética alguna con sus padres. La secuencia anuncia no sólo el motivo central del relato, sino también la manera, sensible pero nunca afectada, con la que tratará el conflicto durante el resto de la
película.

La emoción viene de la contención y de la naturalidad, nunca del efectismo ni la sensiblería. Viene de la toma de decisiones de unos personajes que nos importan, de manera irremisible. La cámara estudia, en cada secuencia, cómo tomar la suficiente distancia entre los personajes para que un relato de indudable contenido emocional no se apodere del filme y lo abandone al cuento de lágrimas
impostadas que está a punto de ser. Se marcha de la escena cuando está a punto de irrumpir el llanto, para que las elipsis se conviertan en pozo de infortunios y que la película que quede pueda ser, así, un canto de esperanza. ¿Cómo convertir una historia así en una película convertida en auténtico tratado narrativo, pero al mismo tiempo que huya de la frialdad que implica distanciarse del relato para contarlo de la mejor manera posible? Una película emocionalmente compleja y, al tiempo, narrativamente
satisfactoria.
El conflicto en torno a los bebés criados por familia diferentes permite a Kore-eda contar, en el fondo, la película que ha contado a lo largo de toda su filmografía: un relato que le permita bucear en torno a la palabra familia y a su significado profundo. En el fondo es una película sobre un joven padre que debe aceptar que su auténtico hijo es aquel que, aún sin ser de su propia sangre, ha criado durante seis años, pero como suele ocurrir en el cine del
realizador es también una película en la que conviven muchas películas en su interior y cuyo desarrollo es siempre tan incierto como misteriosamente familiar. Quizás ahí descanse la mayor de las virtudes del cineasta: la dulce impresión de asistir a un fragmento de vida, tan real como ella y tan ensimismada como nosotros.

El relato familiar no termina al dibujar a los tres protagonistas. La otra familia, víctima también del intercambio, ayuda a perfilar con el desarrollo de las escenas un relato no tanto coral, sino familiar, una historia en la que los terrenos de pertenencia se desdibujan y el afecto se convierte en la única norma legítima para crear lazos de unión. El soberbio cuarteto de intérpretes adultos crean un retrato creíble por su diáfana naturalidad, emotivo desde lo físico, desde el dolor cercano y desde la creación de unos personajes complejos con necesidades también cercanas. Pero también está
presente el mayor de los tesoros de Kore-eda como cineasta: la dirección de actores en torno a los niños de la película, tan fresca y natural que rivaliza con los adultos a la hora de establecer duelos interpretativos.

Bethoveen y Bach en la banda sonora. Las Variaciones Goldberg suenan casi de manera ininterrumpida. La misma melodía, una y otra vez, bajo tratamientos formales diferentes. Quizás ese acercamiento a Bach revele también las intenciones de una película emotiva y conmovedora, pero una emoción no buscada ni explotada, sino filtrada a través de las rendijas de un relato sólidamente edificado, visualmente impecable, narrativamente sobrecogedor, tan ambiciosa en sus formas como sencilla en sus intenciones, llena además de hermosas interpretaciones.