Dijous, 17 de setembre, a les 20:30 h - La Violeta
Direcció i
guió: Sylvain
Estibal
País: França, Alemanya, Bèlgica, 2011
Fotografia:
Romain
Winding
Música: Aqualactica i Boogie
Balagan
Muntatge: Damien Keyeux
Interpretació: Sasson Gabay, Baya Belal, Myriam Tekaïa, Gassan Abbas, Khalifa Natour,
Ulrich Tukur
Durada: 98 minuts
Versió: doblada
Qualificació: recomanada
per a tots els públics
2011: Premi Cèsar a la millor Òpera Prima; Premi de
l'audiència al Festival de Tòkio
Sinopsi:
Jafaar és un pescador
palestí de Gaza. Un dia troba en les seves xarxes un porc, segurament caigut
d'un vaixell de càrrega. Com a bon musulmà, decideix desfer-se ràpidament de
l'animal impur, però la seva situació econòmica li aconsella vendre-ho. Així
comença una aventura que des de la comèdia, reflecteix la
complexa situació del poble de Gaza, tancada entre el bloqueig d'Israel i els islamistes que controlen la zona.
complexa situació del poble de Gaza, tancada entre el bloqueig d'Israel i els islamistes que controlen la zona.
El cerdo que surgió del
mar
crítica
de José Antonio Martín
Tocar temas
espinosos, tales como enfermedades o conflictos bélicos, desde una óptica cómica
suele ser una opción controvertida y que se presta a numerosos debates. Hay
quienes piensan que no se debería
hacer comedia con según qué temas y quienes defienden que es otra manera legítima de acercar problemáticas a un mayor número de espectadores. Tirando de videoteca podremos darnos cuenta de que, si existe un buen guión detrás, el mensaje de una comedia puede llegar al espectador con la misma fuerza y contundencia que si se tratara de una obra dramática. Ahí están los Óscar a mejor película de habla no inglesa de películas como En tierra de nadie (2001) –con la convivencia entre un bosnio musulmán y un serbobosnio en una trinchera abandonada en pleno conflicto bélico– o La vida es bella (1997) –inolvidable parábola de Roberto Benigni enmarcada en el genocidio judío perpetrado por los nazis– para dar fe de ello. Eso sí, para que la ecuación funcione sin herir demasiadas sensibilidades, se necesita la mano firme de un director que sepa dosificar el humor sin caer en lo obsceno. Con Un cerdo en Gaza, el escritor y fotógrafo de prensa Sylvain Estibal debuta en la dirección, atreviéndose a tocar el conflicto israelí-palestino desde una perspectiva humorística. El germen de esta película tuvo lugar en 2004, cuando Estibal viajó a Hebrón (Cisjordania) en un trabajo para la agencia Francia Presse, donde prestó unas cámaras a una familia palestina y a otra israelí, separadas por la valla, para que retrataran su día a día, descubriendo que tenían vidas mucho más parecidas de lo que ellos creían. El Premio César a la Mejor ópera prima testifica que estamos ante un interesante realizador con muchas cosas que decir en el futuro.
hacer comedia con según qué temas y quienes defienden que es otra manera legítima de acercar problemáticas a un mayor número de espectadores. Tirando de videoteca podremos darnos cuenta de que, si existe un buen guión detrás, el mensaje de una comedia puede llegar al espectador con la misma fuerza y contundencia que si se tratara de una obra dramática. Ahí están los Óscar a mejor película de habla no inglesa de películas como En tierra de nadie (2001) –con la convivencia entre un bosnio musulmán y un serbobosnio en una trinchera abandonada en pleno conflicto bélico– o La vida es bella (1997) –inolvidable parábola de Roberto Benigni enmarcada en el genocidio judío perpetrado por los nazis– para dar fe de ello. Eso sí, para que la ecuación funcione sin herir demasiadas sensibilidades, se necesita la mano firme de un director que sepa dosificar el humor sin caer en lo obsceno. Con Un cerdo en Gaza, el escritor y fotógrafo de prensa Sylvain Estibal debuta en la dirección, atreviéndose a tocar el conflicto israelí-palestino desde una perspectiva humorística. El germen de esta película tuvo lugar en 2004, cuando Estibal viajó a Hebrón (Cisjordania) en un trabajo para la agencia Francia Presse, donde prestó unas cámaras a una familia palestina y a otra israelí, separadas por la valla, para que retrataran su día a día, descubriendo que tenían vidas mucho más parecidas de lo que ellos creían. El Premio César a la Mejor ópera prima testifica que estamos ante un interesante realizador con muchas cosas que decir en el futuro.
Un cerdo en
Gaza tiene como protagonista a Jafaar, un
humilde pescador palestino de la franja de Gaza
con muy mala suerte, ya que únicamente consigue que caiga en sus redes sandalias viejas o pequeños peces que luego no puede vender. Su existencia cambiará de la noche a la mañana cuando en estas redes aparece misteriosamente un cerdo, animal impuro para los musulmanes del que intentará desprenderse de mil maneras, sin ninguna suerte. Ahogado por las deudas económicas, decidirá intentar sacarle rendimiento al animal vendiendo su semen a una chica israelí del otro lado de la reja, lo que le traerá muchos más quebraderos de cabeza cuando sea tomado por un informador por las autoridades islamistas. Ciertamente, el drama y la realidad están aquí muy presentes en el fondo de la historia. La pobreza de una gente, el pueblo palestino, que tiene que vivir en Gaza como si estuviera en una inmensa cárcel al aire libre, oprimido por los militares israelíes que controlan cada salida o entrada, queda hábilmente reflejada en pantalla, por encima de los numerosos chistes. También tienen cabida en la trama el fundamentalismo islámico de las autoridades que controlan el interior de la zona o esos “héroes mártires palestinos” que se inmolan en nombre de la religión y la libertad de su pueblo. La eterna enemistad entre israelíes y palestinos está, no obstante, reflejada con una mirada amable y ligera, salpicada de un fresco sentido del humor que parece beber del Roberto Benigni de la antes citada La vida es bella.
con muy mala suerte, ya que únicamente consigue que caiga en sus redes sandalias viejas o pequeños peces que luego no puede vender. Su existencia cambiará de la noche a la mañana cuando en estas redes aparece misteriosamente un cerdo, animal impuro para los musulmanes del que intentará desprenderse de mil maneras, sin ninguna suerte. Ahogado por las deudas económicas, decidirá intentar sacarle rendimiento al animal vendiendo su semen a una chica israelí del otro lado de la reja, lo que le traerá muchos más quebraderos de cabeza cuando sea tomado por un informador por las autoridades islamistas. Ciertamente, el drama y la realidad están aquí muy presentes en el fondo de la historia. La pobreza de una gente, el pueblo palestino, que tiene que vivir en Gaza como si estuviera en una inmensa cárcel al aire libre, oprimido por los militares israelíes que controlan cada salida o entrada, queda hábilmente reflejada en pantalla, por encima de los numerosos chistes. También tienen cabida en la trama el fundamentalismo islámico de las autoridades que controlan el interior de la zona o esos “héroes mártires palestinos” que se inmolan en nombre de la religión y la libertad de su pueblo. La eterna enemistad entre israelíes y palestinos está, no obstante, reflejada con una mirada amable y ligera, salpicada de un fresco sentido del humor que parece beber del Roberto Benigni de la antes citada La vida es bella.
de esos personajes que se ganan instantáneamente la complicidad del espectador a fuerza de humanidad, simpatía y torpeza. Tras él encontramos a una nutrida fauna de personajes secundarios (la sufrida esposa, el amigo peluquero, los militares que viven instalados en el tejado de la casa de Jafaar, la chica judía), estupendamente interpretados y que contribuyen a enriquecer la historia. Hay lugar también para algunos gags cómicos tremendamente efectivos, como cuando los protagonistas disfrazan al cerdo de oveja para que pueda pasar desapercibido a los ojos de los soldados o cómo uno de los estos soldados israelíes que ocupan el techo de la casa, comparte
amenas tardes junto a la esposa de Jafaar, sentados ante el televisor, siguiendo una enrevesada telenovela brasileña (una pequeñez que, durante un rato, une a ambos pueblos en paz). Estamos ante una obra bienintencionada, que apuesta por la utopía de un acercamiento entre ambos bandos –la animadversión que israelíes y palestinos sienten por el personaje del cerdo, indigno de tocar con sus patas la tierra de Israel (por lo que le calzan unos graciosos calcetines) es algo que tienen en común– y lo hace en forma de certera parábola, a través de la inspiradora odisea del desafortunado Jafaar y el orondo puerco. Historias de buenas personas, viviendo en condiciones complicadas, que deben tomar elecciones difíciles con tal de sacar a sus familias adelante.
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