VICTORIA
Títol Original: Victoria
Direcció: Sebastian Schipper
Guió: Olivia Neergaard-Holm i Sebastian Schipper
Fotografia: Sturla Brandth Grovlen
Guió: Olivia Neergaard-Holm i Sebastian Schipper
Fotografia: Sturla Brandth Grovlen
País: Alemanya, 2015
Interpretació: Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Max Mauff, Burak Yigit
Durada: 140 min.
Versió: Original Subtitulada
Gènere: Thriller
Qualificació: No recomanada a menors de 16 anys.
Sinopsi: Rodada en un únic pla secuencia, el film té com a escenari el famós barri berlinés de Kreuzberg. La càmera és testimoni de tot el que li passa a la Victoria al llarg de dues hores d'una nit berlinesa a partir del moment en que coneix a quatre joves. En aquest breu període de temps, sutindran lloc fets que provocaran un gir total a les seves vides.
Premis:
Premis:
2015: Festival de Berlín: Contribució Artística Excel·lent (Ex Aequo)
2015: Premis Cinema Europeu: Nominada a Millor Pel·lícula, director i actriu principal
2015: Premis Gaudí: Millor Actriu (Laia Costa)
2015: Premis Cinema Europeu: Nominada a Millor Pel·lícula, director i actriu principal
2015: Premis Gaudí: Millor Actriu (Laia Costa)
Comentaris professionals:
"Mitad melodrama generacional y romántico, mitad thriller, la película es frenética pero, por encima de todo, adictivamente hipnótica." Puntuación: ***** (sobre 5).
Alberto Luchini
Diario El Mundo
Diario El Mundo
"Un deslumbrante experimento de estilo que merece sobradamente la pena."
Stephen Dalton
The Hollywood Reporter
The Hollywood Reporter
"Un sensacional truco cinematográfico"
Stephen Holden
The New York Times
Una noche en Berlín
crítica de Àngel Andreu
La utilización del plano secuencia siempre ha sido una de las barreras a romper por parte de realizadores y equipos técnicos desde que el séptimo arte empezó a rodar por este mundo. El hecho de explicar, transmitir y escenificar ideas con un único movimiento de cámara que lo englobe todo ha supuesto siempre un reto para quien lo realiza y motivo de adoración y alabanzas por aquellos críticos y espectadores que, ansiosos por dejarse impresionar e hipnotizar, ven en esta técnica una de las máximas cinematográficas, provocando que, muchas veces, se recuerde más el plano secuencia en cuestión que lo que implica. Podríamos decir que un plano secuencia es como la manzana de la Blancanieves: aparentemente, lo que se ve es de una perfección y cálculo técnico milimétricamente atractivo, pero si no está cuidado el interior -es decir, el uso de esta técnica- el ejercicio puede volverse en su contra, envenenarse y demostrarse como simple impostura. Mucho ruido y pocas nueces.
A lo largo de la historia del celuloide se nos han ofrecido infinidad de ejemplos de esta práctica. Véase el inicio del clásico Sed de Mal (dirigida por Orson Welles y con un plano secuencia de 3 minutos de duración) o la película La Soga de Hitchcock, donde el realizador inglés fingía haber realizado todo el film en un solo plano de 80 minutos, pero que contaba con trucos de montaje para simular esta práctica. Sin ir más lejos, hace apenas 3 años, Alejandro G. Iñárritu presentaba Birdman, y todo el mundo se postró ante él, Oscar a Mejor Película y Director inclusive. ¿Exhibicionismo, proeza o ambas? La polémica está servida todavía hoy.
El año siguiente nos llegó la película que hoy nos ocupa, Victoria, y en este caso no hay duda alguna: estamos ante una auténtica proeza. Película de 140 minutos realizados en un único y no simulado plano secuencia, el más largo realizado hasta la fecha en una película con distribución comercial. Con un guión de apenas 12 páginas, la intención del director es que iniciemos un viaje, que vivamos una experiencia de dos horas en una noche berlinesa aparentemente normal, pero que como el cauce creciente de un río, nos arrastra de manera descontrolada hasta lo más profundo del relato. Trepidante e hipnótica, nos situamos en medio de la acción sin posibilidad de escape, viviendo junto a su protagonista un tour de force que nos lleva a experimentar desde el drama generacional y romántico hasta el thriller más frenético. Sosteniéndose de manera firme y desafiante a cada minuto que pasa, a cada encuadre que se realiza, la película de Schipper se nos presenta excesiva, puede, pero con una capacidad de reinvención y fascinación enormes. Desde los interiores más claustrofóbicos a los exteriores más diáfanos, la epopeya de Victoria transita entre acontecimientos y sentimientos presentándose como experiencia vital de alta intensidad.
El trabajo de cámara, de planificación y de puesta en escena es simplemente apabullante, consiguiendo sumergirnos tanto en la historia que olvidamos por completo que se trata de un único plano secuencia. La variedad de planos que se nos ofrecen, así como el movimiento interno de ellos favorecen a que mantengamos la atención a cada minuto que pasa, fascinados y haciéndonos partícipes de cada decisión tomada y de cada movimiento dado. Lo que para otro director y equipo hubiese sido una herramienta limitadora, en manos de Schipper y sus colaboradores se convierte en algo liberador, capaces bascular del detalle más íntimo a la tensión más opresiva, del movimiento de cámara más suave y flotante al más agresivo y asfixiante. De hecho, puede haber momentos donde al espectador le cueste respirar, abrumados por la propuesta presentada, pero demostrándose conocedor de este lenguaje, el director nos brinda momentos de respiro, donde entra música extradiegética y el relato adquiere trazos de una poética sorprendente. Es en esos momentos donde la película crece, donde esa experiencia que buscaba Schipper se convierte en algo real.
Ahora bien, soportar un todo un metraje en un plano secuencia no solo requiere una preparación técnica y de realización extraordinaria, sino también unos actores que estén a la altura de tan heroica tarea. Y es aquí donde aparece una inconmensurable Laia Costa, aportando una naturalidad digna de mención, haciendo fácil lo imposible y que durante 140 minutos soporta el peso del film encima de sus hombros, junto a un Frederick Lau -en el papel masculino principal- enorme y unos secundarios de lujo. Los actores consiguen ser el centro principal de la historia, su corazón, por encima de la prodigiosa puesta en escena de la propuesta, y eso consigue que esta manzana no esté envenenada, que el film no sea una impostura y se convierta en algo más. En una experiencia merecedora de ser visualizada, vivida y recordada.
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