Direcció: Martin Scorsese
Guió: John Logan; basat en el llibre “La invención de Hugo Cabret”, de Brian Selznick
País: EUA, 2011
Montatge: Thelma Schoonmaker
Calificació: Apta per tots els públics
Sinopsi:
Hugo, un nen orfe, rellotger i lladregot, viu amagat en
una atrafegada estació de trens de París. Ningú sap de la seva existència fins
que es troba amb una excèntrica nena amb la que viurà una increïble aventura...
Què diu la crítica:
José Arce:
... La película es, sencillamente, un
hondísimo, sentido, lúcido y valiente homenaje a los orígenes del cine y su
materialización como maquinaria generadora de sueños. La capacidad del director
para articular este gigantesco armatoste destinado a invitarnos a volar a un
mundo casi olvidado por la mayoría del público es realmente impactante, por su
maravilloso sentido visual y por el coraje que demuestra al sostener un ritmo
que en ocasiones roza el estancamiento, arriesgándose a que el fondo trabe la
forma de un conjunto que acumula guiños y
referencias articulados en un imaginativo y casi ingenuo delirio
emocionante en grado sumo, pero delirio sensorial. Una delicia para cinéfilos
empedernidos, para neófitos, para pequeños y mayores, para todos. ...
Miguel A. Delgado:
“La invención
de Hugo” es un regalo para todo amante del cine. Martin Scorsese obra el
milagro y firma una obra maestra que nos devuelve la fascinación por los
comienzos del cine de la mano de Georges Méliès.
Reconozcámoslo:
a los que, en mayor o menor medida, nos dedicamos a hablar o a escribir de
cine, nos resulta cada vez más difícil que una película verdaderamente nos
ilusione. Sí, podemos destacar algo, sentirnos gratificados y encontrar motivos
para recomendar una cinta. Pero esa conmoción interna, esa fibra sensible que
nos remite a las primeras impresiones, cuando nos sentábamos en una sala oscura
y lo que aparecía en la pantalla literalmente nos transportaba… Bien, esa
impresión, tan frecuente cuando comenzamos a amar el cine, seguramente cuando
éramos niños y a veces por títulos que ni siquiera lo merecían, simplemente se
desvanece. En eso también nos hacemos mayores.
Hasta que, muy
de vez en cuando, hay algo que resucita. Porque sólo cuando se habla un común
lenguaje de amor por este arte, por sus principios, por el origen primero de
esa sensación que nos saca de la rutina diaria y nos sume en una maravilla
irreal en la que dejarnos atrapar por el truco, la sencillez de la ilusión,
sólo entonces puede establecerse un lazo fuerte entre el espectador y lo que
éste ve. Y Martin Scorsese obra el milagro con "La invención de Hugo" ,
conectándonos con la osadía de aquellos pioneros que se dieron cuenta de que un
mero pasatiempo visual, un hallazgo tecnológico al que, sin embargo, sus
inventores no quisieron dar toda la importancia que merecía —y que no por
casualidad fue desarrollado por gentes más cercanas a campos como el de la
magia—, estaba llamado a ser el entretenimiento del futuro.
Reducir esta
obra al ámbito juvenil - pro-bablemente los más pequeños se aburran o no
entiendan lo que sucede ante ellos - sería una limitación injusta. Al
contrario, Scorsese firma una obra perfectamente coherente con la de un
septuagenario que sigue encontrando alicientes en ponerse tras una cámara y
plantearse una historia, y que ha encontrado una excusa perfecta para dar
rienda suelta a su cinefilia. Porque puede que París, en realidad, nunca fuese
así, y que todo sea una mirada idealizada pero, ¿qué más da? Hace mucho tiempo
que existe una memoria común de los sitios y las épocas que está más allá de lo
que fueron en la realidad. Existe ya otra realidad en nosotros, la del cine.
“La invención
de Hugo” es aventura, y es a la vez el regalo de entrar en el estudio de Georges Méliès mientras éste filmaba sus películas abracadabrantes, quizá sin imaginar que
entre sus cuatro paredes empe-zaba todo, en comunión con un puñado de
visionarios repartidos por todo el mundo. Y también es el regalo de asistir a
un desfile de personajes y escenarios similares a los de nuestros sueños cuando
aún aspirábamos a ser inocentes: la librería del señor Labisse —un Christopher Lee capaz de dejar que su grave e intimidatoria voz se tiña de ternura—, la
Biblioteca de la Academia del Cine, los juguetes mecánicos, y las máquinas
estropeadas siempre tan tristes.
Y sobre todo,
es la mirada de dos niños, los azulísimos ojos de un Asa Butterfield que parece sacado de las páginas del mejor Charles Dickens,
la radiante luminosidad de una Chloë Grace Moretz que tiene verdadera madera de estrella
¿Quién no se dejaría arrastrar por Hugo Cabret? ¿Quién no se sentiría
identificado en su obstinación por encontrar la razón de por qué está aquí? Y
si todo lo contemplamos desde la esfera de un gran reloj que tiene París a sus
pies, una estación en la que nada importa a dónde vas o de dónde llegas, te
rodea la bellísima partitura de Howard Shore
y te interroga la mirada de un autómata extrañamente sabio, llegamos a la
conclusión de que, desgraciada-mente, tardaremos en sentir la misma emoción con
otra cinta. Eso, de hecho, es lo único malo que puede decirse de este gran
regalo de quien, lejos de despachar un encargo, nos ha obsequiado con una obra
maestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario